¿Soy raro por correr?

¿Soy raro por correr? La reflexión de hoy no se centra en un aspecto concreto del deporte, no os hablaré de una técnica de carrera, ni de un ejercicio específico para alcanzar un objetivo, en esta ocasión, mi pensamiento irá dirigido a cómo me hacen sentir los demás, cuando corro.
2 de mayo de 2024

Los que entrenamos con profesionalidad, pero no somos profesionales del deporte, es decir; los que tenemos que hacer compatibles, un trabajo, una familia, una vida social y múltiples obligaciones diarias con unos entrenamientos marcados para llegar a las pruebas que hemos elegido, en las mejores condiciones posibles, nos encontramos en ocasiones con situaciones un poco absurdas.

Como os pasa a muchos de vosotros, no siempre puedo entrenar en las circunstancias idóneas, ni siquiera me puedo permitir unas rutinas en cuanto a los horarios. El día a día y las obligaciones, hacen que tenga que ajustarme a los tiempos libres que me dejan el resto de mis responsabilidades.

Hace unos días, después de acostar a mi hijo, esa noche un poco más tarde de lo habitual porque al día siguiente no tenía que madrugar para ir al colegio, me preparé para salir a correr y cumplir el entrenamiento establecido para esa jornada.

No os negaré que tuve que luchar con tra la pereza, mientras me ponía los playeros y me colocaba el pulsómetro, el sofá me tentaba con sus cojines suaves y acogedores.

Al iniciar la carrera sentí las piernas cansadas después de un día largo de trabajo, pero la sensación de victoria, por el hecho de haber vencido a la pereza, recargó mi batería y me empujó hacia adelante. Empezaba a disfrutar del entrenamiento, concentrado en la respiración y en la zancada, cuando el barrullo a mi alrededor me hizo fijarme en la cantidad de gente que había en la calle. Terrazas llenas, las puertas de los bares abarrotadas, gente por todas partes.

Me di cuenta de lo que sucedía, muchos de los que me observaban, al día siguiente no tenían que madrugar. Concentrado en mis objetivos, mantuve el ritmo, hasta que las primeras risas me hicieron aguzar el oído, para comprender las frases que se dirigían hacia mí. No eran palabras de ánimo, ni expresiones motivadoras para apoyar mi esfuerzo. Todo lo contrario, sin saber el motivo, mi empeño, mi sudor, mi trabajo eran motivo de burla para un grupo de individuos que se creían con la fuerza moral suficiente para cuestionar lo que yo estaba haciendo, mientras llenaban sus cuerpos de alcohol y nicotina.

Seguí corriendo, detenerme hubiese sido absurdo, cómo explicarles que las únicas drogas que yo necesito para sentirme bien, son las endorfinas que logro con el roce de mis playeros contra el suelo. Nunca os creáis que lo correcto es lo que hace la mayoría, nunca tengáis miedo a ser vosotros mismos, y sobre todo moveros, porque el movimiento es vida.

Iván Coujil